Con una extensión de casi 300.000 kilómetros cuadrados (similar a la de Italia), Arizona está sin embargo escasamente poblada. Tiene poco más de cinco millones y medio de habitantes y gran parte de ellos se concentran en torno a los núcleos urbanos de Phoenix y Tucson. Y aunque fue el último territorio en adquirir la categoría de estado (en 1912), es quizá una de las zonas más íntimamente relacionadas con la historia y el imaginario estadounidenses. Fuera de los abarrotados circuitos turísticos, la mejor opción es sin duda alquilar un vehículo y adentrarse en la inmensidad de este lugar. Su infinito paisaje desértico, sus innumerables cactus que en nada recuerdan a la abundante vegetación de la costa este, tiene sin embargo una impronta mágica: la naturaleza recordando que la belleza no solamente reside en bosques frondosos y en playas paradisíacas.
En Phoenix se encuentran ya rastros de una herencia cultural que nos traslada a mucho antes de que los españoles hollaran este lugar. El Heard Museum, en North Central Avenue, constituye un punto de partida idóneo para conocer la historia, el arte, la cultura y las tradiciones de los nativos americanos, hopi, apaches o navajos que aún hoy pueblan este territorio dentro o fuera de las numerosas reservas indias. En la amplia exposición pueden observarse katsinas, pequeñas muñecas usadas durante generaciones para enseñar religión a sus niños; cestería, que muestra el carácter nómada de algunas tribus o auténticos vestidos navajos que revelan algunas de sus ceremonias más importantes.
Parada obligada es también el Jardín Botánico del Desierto en Galvin Parkway, con una amplia colección de plantas autóctonas, muchas de ellas muy poco comunes. Las exposiciones de arte perfectamente integradas a lo largo del recorrido suelen ser parte de la programación habitual de los jardines, y un motivo más para visitarlos.
Para aquellos interesados en la dura época de los cowboys, es imprescindible una excursión a Tucson, al sur de Phoenix, donde se rodaron muchos de los westerns que produjo Hollywood durante décadas... E incluso una escapada por la ruta 80 hasta la célebre Tombstone, escenario del inolvidable duelo en OK Corral.
Yendo hacia el norte por la Interestatal 17 se llega hasta Flagstaff, un encantador pueblecito que puede servir como base para explorar los parques naturales de la zona. Al este y a unas 90 millas el Bosque Petrificado muestra un mundo desértico de colores imposibles, escarpado, casi lunar, donde la erosión de estas rocas calcáreas, ricas en hierro y manganeso, ha dejado múltiples capas de un colorido espectacular. El parque natural, que debe su nombre a la alta concentración de madera petrificada, es sin embargo especialmente atractivo por esta zona con el adecuado nombre de Painted Desert. Paradójicamente no atrae un gran número de visitantes. Apenas hay instalaciones ni servicios, la vegetación es inexistente y esa aparente desolación podría echar para atrás al visitante… De no ser por los kilómetros que se han hecho para llegar hasta allí. El espectáculo posterior merecerá la pena.
Dentro y fuera del parque el viajero se encuentra con una agradable sorpresa, retazos casi olvidados de una gloria pasada que se resiste a morir y que forma parte de la misma esencia del American Way of Life. Inesperadamente, sin avisar, aparece la vieja ruta 66, en su día considerada la calle mayor de América y que unía Chicago con la costa oeste. Durante décadas fue sinónimo de prosperidad y a lo largo de su recorrido florecieron los negocios y los sueños de riqueza. Inaugurada en los años 20 cayó en desuso con la aparición de las grandes autopistas interestatales, y hoy en día se conservan múltiples tramos que dejan entrever fantasmas del pasado. Dentro del Painted Desert una línea de viejos postes telefónicos recuerda el lugar por donde una vez transcurrió esa carretera. La calle principal de Holbrook, a la entrada del parque, fue en su día parte de la ruta 66 y sus moteles aún dejan ver algunos de los luminosos más espectaculares.
Para poder descubrir éstas y otras muchas huellas de lo que fue, y en parte aún es, la ruta 66, el conductor ha de mantenerse atento a las señales dispuestas a lo largo del camino. Así encontrará el histórico almacén Jackrabbit, tramos abandonados con antiguos locales en ruinas, pequeñas tiendas en mitad de ninguna parte convertidas en pseudomuseos para el visitante ocasional. Es el caso del tramo que entra y sale de la interestatal 40, al oeste de Flagstaff y que pasa por Peach Springs. Allí, rodeada de llanuras desérticas y cactus, destaca una antigua gasolinera reconvertida en una tienda museo. Su dueño es un californiano que pasó años coleccionando artículos de la ruta 66, hasta que decidió dejarlo todo y comprar este lugar. A la entrada, un espectacular coche rojo de los años 60 que afirma haber restaurado él mismo. En el interior bebidas, recuerdos, una gramola de 1938 que aún funciona y un salón típicamente diner americano.
Arizona es, definitivamente, mucho más que el Gran Cañón.
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