Destilan patriotismo (y patrioterismo) por los cuatro costados. Cultivan un exagerado culto a los símbolos y desde pequeños repiten como loros el pledge of allegiance (o juramento de fidelidad a la bandera). Mano en el corazón, cantan el himno patrio casi cada vez que hay cualquier acto público. Se les hincha el pecho cuando hablan de su país y de los valores que éste supuestamente representa, y cuestionar sus iniciativas ha sido durante mucho tiempo y para muchos sinónimo de antipatriotismo. Pero ni estos valores son iguales para todos, ni las obligaciones o los derechos de los que gozan son los mismos.
Y es que, salvando una serie de derechos básicos y fundamentales, cada estado tiene potestad para dictar sus propias leyes. Lo hemos visto recientemente con el matrimonio homosexual, aceptado o no según el estado en que te encuentres, pero las diferencias alcanzan muchos otros aspectos de la vida cotidiana: normas sociales, medioambientales, laborales... Y es aquí donde la cosa se tiñe más negra.
En Estados Unidos, no hay ley alguna que regule la jornada máxima, los descansos laborales o las vacaciones que se pueden disfrutar. En muchos casos, empiezas sin vacaciones garantizadas y "te las vas ganando" con el paso de los meses trabajados. Las empresas pueden despedirte sin motivo alguno, sin aviso previo, sin motivo aparente. En muchos estados, no existen los sindicatos, o si existen no tienen poder alguno de negociación o defensa de los intereses de los trabajadores. La sanidad pública universal, al estilo de nuestra Seguridad Social, no existe ni existirá nunca, porque nadie está dispuesto a pagar más impuestos para proteger a los más débiles. Y el derecho a la huelga es, en muchos casos, inexistente.
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Muchos conoceréis, si bien de oídas, el plan de estímulo económico del presidente Obama. Entre otras muchas medidas, contempla una subvención de 8.000 dólares para aquellos que compren una primera vivenda (o no hayan comprado otra en los últimos tres años). Pues bien: durante un reciente debate radiofónico, uno de los oyentes se quejaba de lo injusto que resultaba que a él le negasen el acceso a esta subvención. Que no era justo. Preguntado por cuánto ganaba, admitió cobrar 150.000 dólares anuales.
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Si alguien es capaz de llamar a la radio y decir tal cosa sin sentirse públicamente avergonzado, es que algo huele a prodrido. Y no en Dinamarca precisamente, como decía el príncipe Hamlet.
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Cierto es que la situación no es igual de precaria en todas partes, pero el escenario común muestra desde luego un panorama desalentador donde los trabajadores son verdaderos esclavos modernos del sistema capitalista. Tengo una amiga, diseñadora gráfica, que recientemente tuvo que trabajar jornadas de 14 ó 15 horas diarias "por necesidades de producción", por supuesto sin cobrar las horas extras, aquí no eso no se paga. Y si te niegas, a la calle. Del último trabajo la echaron porque, harta de trabajar largas horas sin apenas descanso, el stress acumulado la llevó a insistir en tomarse una semana libre -que, para más inri, estaba pactada-. Como su jefa continuaba negándose, fue a recursos humanos. A los dos días la volvieron a llamar y la comunicaron el despido fulminante. Y para completar la humillación, dos personas la "escoltaron" a su escritorio, vigilándola delante de todos mientras vaciaba su mesa. Como una vulgar ciminal.
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Recordemos el hecho indisputable de que Estados Unidos es el país del individualismo por excelencia, del capitalismo crudo y extremo. Donde cada uno es responsable de su propio futuro y donde el concepto de la solidaridad entre iguales brilla por su ausencia. Mientras que en Europa las conquistas sociales supusieron un hito que debemos defender con uñas y dientes, mientras que en Europa seguimos avanzando y luchando por aumentar dichas conquistas y pudimos frenar recientemente las 65 horas de trabajo semanales, en Estados Unidos la precariedad toma unas dimensiones exageradas. Y ante ello, uno debe concluir que "sarna con gusto no pica". No todos los americanos piensan igual, pero es cierto que, republicanos o demócratas, así es como piensa la gran mayoría. Y en estas circunstancias, la perspectiva de una movilización social es inexistente. Nadie parece querer mover un dedo.
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Con toda su grandeza y con todas las oportunidades que este país te ofrece, me siento orgulloso de ser español. De nuestras conquistas y de nuestra democracia, imperfecta, pero tanto mejor que otras muchas.
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