Después de unos pocos años en Estados Unidos -estuve de 2002 a 2005 en Connecticut y llegué el año pasado de Madrid a Virginia-, creo tener una idea formada acerca de unas cuantas cosas sobre este país. La primera de ellas es que no debemos dejarnos llevar ni por los prejuicios ni por las ideas preconcebidas, que hay cosas que son tal cual las hemos visto en las películas pero también hay otras muchas que distan mucho de ser así. Hay personas que no tienen ni idea de dónde está España (o Chile, que como dije el otro día un alumno mío me preguntó si estaba en España), pero no es la norma. Los americanos están muy orgullosos de ser ciudadanos de este país y son más patriotas (o quizá patrioteros) que ninguno, pero yo he encontrado a americanos con los que poder hablar tranquilamente de la tradición imperialista de su país y poner a parir a su presidente (Bush hijo). Eso sí, has de conocerlos primero. Que a nadie le gusta que se metan en la cocina de uno y le empiecen a tocar las narices.
Daría para mucho, desde luego. Pero una de las cosas que me sorprende gratamente es el nivel de madurez democrática del que hacen gala. Son perfectamente conscientes de sus derechos y deberes, y no dudan en organizarse para luchar por lo que ellos consideran justo. La participación ciudadana, empezando por la propia comunidad donde uno vive y terminando por su involucración en la vida política del país, alcanza unos niveles que ya quisiera yo ver en España. Madres y padres participando activamente en la vida académica de sus hijos (a veces, he de reconocerlo, demasiado, pero de eso hablaré otro día); organizando desde lavados de coche hasta ventas de dulces para recaudar fondos; atendiendo el puesto de bebidas en los partidos de fútbol americano del instituto o aprobando el presupuesto anual (que en muchos sitios se somete a referéndum).
La participación ciudadana empieza en el mismo corazón de su propia comunidad, y afecta a cualquier aspecto de su vida cotidiana. Hasta los representantes en el Consejo Escolar son elegidos electoralmente, al igual que los congresistas o los senadores.
En España, cuando se quiere llevar una iniciativa legislativa al congreso, hay que recoger al menos 50.000 firmas. En Estados Unidos, una república federal, las cosas funcionan de diferente manera. Bien sea para cuestiones relacionadas con la escuela, dentro de la comunidad, o para cuestiones de carácter local, regional o nacional, uno puede involucrarse de distintas maneras. Para empezar, puede contactar con su senador o su congresista, sí, el suyo, el que ha sido elegido en su distrito y que se debe a sus electores. Puede escribirle (cosa que también se puede hacer en España, pero seamos realistas, nada saldrá nunca de eso) o llamar a su oficina por teléfono, con la esperanza de promover una acción social lo suficientemente significativa como para que su representante democráticamente elegido reaccione ante la demanda popular. A veces funcionará y otras veces no, pero desde luego se hacen escuchar.
En las elecciones de noviembre pasado, se produjo una movilización popular (lo que aquí llaman grassroots movement) en favor de Obama que no tenía precedentes. Se formó una gigantesca red de voluntarios que colaboraban desde casa, desde un call center o yendo puerta a puerta. Por internet, se recaudó más dinero para la campaña como nunca antes, cada uno aportando lo que buenamente quería o podía. Organizaciones como MoveOn.org trabajaban y trabajan para concienciar a los líderes de las necesidades del planeta. Y aún hoy, sigo recibiendo e-mails informativos o llamadas de teléfono con mensajes pidiéndome que contacte con "mi senador", urgiéndole a que apoye el presupuesto elaborado por Barack Obama en estos tiempos de crisis.
España es diferente. Hay organizaciones ciudadanas, por supuesto, y representantes políticos a los que reclamar, pero ni nosotros mismos nos creemos que valga para algo. Amén de que, si te involucras en política, muchos te miran como si hubieras hecho un pacto con el diablo.
Mientras que muchas decisiones locales o estatales son aquí sometidas a referéndum con completa naturalidad, en España eso nunca sucedería. Participación ciudadana en la escuela, en la ciudad, en los deportes, en el gobierno del país. Y honorabilidad. En Estados Unidos, cualquier representante electo habría dimitido de verse salpicado por la mitad de corruptelas que vemos cualquier día en España. Pero, si dimitir por responsabilidad política no es muy común, si el político en cuestión tiene carnet del PP eso se torna ya casi imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario