El proyecto de ley, por mucho que algunos lo intenten presentar así, no atenta contra la vida; que no nos engañen, lo único que hace es no considerar a una mujer delincuente por interrumpir su embarazo.
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No puedo terminar esta reflexión sin referirme a la actitud de aquellos que intentar dictar moral e imponernos sus creencias al respecto de este tema. Se encuentran entre nosotros unos señores -son todos señores, las señoras ni siquiera podemos opinar- que bajo el auspicio de la moral, su moral, nos dicen lo que debemos hacer y como debemos vivir. El problema es que de esa moral suya se desprende que no se puede abortar porque ataca el derecho a la vida, pero sí se pueden violar niños, siempre y cuando se encuentren formándose en un colegio religioso, y el violador sea un cura.
Triste moral la de aquellos que defienden más al nasciturus (no nacido) que a los vivos, porque los niños a los que violan están vivos. Triste moral aquella que se olvida de defender el derecho a la vida al respecto de la investigación de células madre. ¡Cómo han podido decir todo lo que han dicho de aquella madre que para salvar la vida de su hijo acudió a la selección embrionaria! Ese chaval se preguntará por qué él no tiene derecho a vivir, por qué la iglesia católica prima sobre su vida a aquél que según el Código Civil español no se puede considerar persona porque no sabemos si va a ser capaz de vivir 24 horas desprendido del vientre materno (artículo 30).
Dejen de intentar imponerme esa moral, porque no me la creo. Dejen en paz a los pobres linces y preocúpense de curar el cáncer insano que les corroe por dentro. Son unos hipócritas, lo amoral no es permitir a una mujer abortar, es permitir que violadores y criminales sigan enseñando moral rodeados de niños, son ellos los que debían estar encerrrados y no las mujeres que deciden sobre si mismas.
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