No hay una única respuesta. Si miramos a nuestro alrededor vemos que, tanto en España como en el extranjero, hay múltiples salidas. Pueden, por ejemplo, retirarse de la primera línea pública (aunque sigan involucrados en la política, como Felipe González). O, por el contrario, aprovechar su experiencia y relevancia para otros menesteres. Analicemos pues este último caso.
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Bill Clinton, presidente de los EE.UU. entre 1993 y 2001, creó la Fundación William J. Clinton (http://www.clintonfoundation.org/), una organización filantrópica no partidista que intenta encontrar soluciones tangibles a problemas reales en nuestra sociedad (pobreza, salud global, cambio climático, conflictos étnicos y/o religiosos...) y a la que se han unido multitud de personalidades en todo el mundo (incluyendo jefes y ex-jefes de Estado) a través de compromisos concretos en estos campos de actuación.
Hoy la Fundación Clinton es noticia por el acuerdo alcanzado con dos compañías de genéricos para rebajar el precio de la medicación contra el SIDA en 66 países subdesarrollados o en vías de desarrollo en Asia, África, Europa del Este Latinoamérica, el Pacífico y el Caribe, con unos ahorros de entre el 25 y el 50%. Se favorece así el acceso de más gente a un tratamiento de primera calidad que muchos no pueden permitirse.
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Pero no es el único. Al Gore (que debió ser presidente en lugar de George W. Bush) lleva tiempo recorriendo el globo e intentando concienciar al mundo de los peligros del cambio climático (véase aquí el trailer de "Una verdad Incómoda").
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José Mª Aznar, ex-presidente del gobierno, también quiso aprovechar su relevancia pública. Desde 2004 su presencia en los medios de comunicación ha sido una constante, si bien los propósitos distan mucho de ser parecidos a los que acabo de constatar. Con un acusado egocentrismo, Aznar ha acudido allí donde estaban dispuestos a escucharle y se ha hartado de dar conferencias -a veces en un inglés macarrónico-, ha dejado de lado la responsabilidad que para con su país tiene todo ex-jefe de gobierno y no ha tenido reparos en afirmar que "España es enemiga de los EE.UU" y que "sentía vergüenza ajena" de la política exterior de su país (algo que no verán ustedes en ningún antiguo Jefe de Gobierno de ningún otro país). Y, en su afán crítico, el gurú de la FAES no respeta ni las Campañas por la Seguridad Vial (recordaremos por mucho tiempo su "a mí nadie me dice lo que tengo o no que beber" cuando conduce).
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Qué pena, madrecita. Qué pena.
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